Una de las tareas más pesadas y difíciles de seguir es la de establecer horarios en las rutinas de nuestro bebé o niño. Desde que somos muy pequeñas, las personas reaccionamos mejor a las rutinas marcadas, a los horarios y a los ritmos, puesto que somos animales, y como tales, tenemos relojes biológicos, tales como el del sueño y vigilia o el de la comida.
Cuando un bebé no sabe hablar, y apenas tiene estrategias para comunicarse, se sirve de lo que su cuerpo le pide para saber qué viene antes y después de cada cosa. Por ello, es necesario establecer unos horarios, para, adaptándonos al ritmo de cada bebé, poder hacerle entender (o intuir) lo que va a venir después. Cuando son más pequeños el ritmo lo marcan un poco ellos, en función del tiempo que están comiendo o durmiendo, y más tarde lo marcan los horarios sociales, como la guardería o el colegio. Pero lo que sí es importante que el niño conozca que hay un tiempo para cada cosa, y que cada cosa tiene un orden. No se trata de ser inflexibles, todos nos hemos ido a cenar fuera con papá y mamá y nos hemos acostado más tarde que de normal, pero se trata un poco de estructurar la vida del pequeño, para que en un futuro él o ella sepa estructurar la suya.
El establecimiento de horarios les hace estar alerta y en vigilia cuando hay que estarlo, tener hambre cuando es hora de comer, saber controlar su conducta...En definitiva, les hace ser personas más seguras de sí mismas, además de que para ti también será más fácil razonar con él llegado el momento...
Los adultos también reaccionamos bastante bien a los horarios. Siempre con excepciones y flexibilidad, nos ayuda el tener un horario de trabajo y un horario de salida del mismo para, en función de eso, estructurarnos un poco. Aunque siempre estamos deseando que lleguen las vacaciones para "no tener horarios".
Así que, aunque sé que cuesta, por el bien nuestro y sobretodo por el de los peques, organízate y organizalos un poco. Al final saldrán ellos ganando.
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